domingo, 21 de mayo de 2017

Ouidah

En Benín, cuando se habla de Ouidah se hace con un tono de solemnidad y siempre con mucho respeto. El nombre de Ouidah está asociado a intensidad, a historia, a trata de esclavos y a vudú.


Ouidah tiene el dudoso honor de haber sido uno de los puntos con más tráfico de la Costa de los Esclavos, un lugar desde el que embarcaban tratados como auténticos animales cantidades ingentes de hombres y mujeres negros para ser utilizados como esclavos. Con ellos se iba hacia América su forma de entender el mundo y la vida, el vudú, la religión que habían mamado desde siempre en Dahomey, el antiguo Benín. 




El recorrido que hoy se muestra como la Ruta de los Esclavos, arranca desde la célebre plaza Chachá, en la que se hacían las subastas de lotes humanos y recorre una pista de tierra de unos tres kilómetros hasta el borde del mar. El siniestro camino remata en la Puerta de No Retorno, el lugar desde el que miles y miles de africanos partieron a la fuerza para no volver jamás. La Unesco ha instalado en el lugar un arco solemne, en memoria de estos hombres y mujeres secuestrados para ser enviados a América en condiciones penosas. 

En una de las paradas de este recorrido se ubicaba el Árbol del Olvido, al que hacían que los esclavos diesen un número de vueltas (nueve los hombres y siete las mujeres), con la promesa de que eso les produciría una amnesia que les libraría de sus raíces y les evitaría el sufrimiento de tener que recordar que abandonaban su tierra y dejaban a los suyos.

Hacinamiento, gritos agónicos, olores nauseabundos. Es difícil ponerse en el pellejo de aquella gente, pero no cabe duda de que el momento de la ruptura, de hacerse  a la mar, debía de ser enormemente traumático. No sólo por lo que entrañaba en cuanto a la separación de la familia o el alejamiento de la tierra propia, sino también porque los africanos estaban convencidos de que los blancos eran caníbales de allende los mares que se hacían los zapatos con la piel de los esclavos, que el vino que bebían era la sangre de los negros y que la pólvora que utilizaban en sus armas se hacía con los huesos molidos de los africanos. No es de extrañar que con este panorama por delante las rebeliones fuesen frecuentes en los barcos y que los esclavos hiciesen gala de una violencia salvaje. 

Aunque los negreros también secuestraban mujeres y niños, la gran mayoría de los esclavizados eran hombres. En consecuencia quedaba la zona expoliada con sobreabundancia de hembras, lo cual justifica sobradamente y con razones de peso la aparición de una poligamia necesaria. Por un lado se trataba de dar protección a los muchos niños huérfanos que quedaban y a la vez se facilitaba que el excedente de mujeres desparejadas pudiese tener descendencia.



El Templo de las Pitones es un templo consagrado a la diosa serpiente del arco iris, a Dangbé. En el interior hay un iroko gigantesco y a su lado un altar de sacrificio, donde cada 10 de enero se realizan ofrendas de sangre a los dioses para conseguir sus favores. 

Recluidas en un recinto circular, las pitones sagradas solamente tienen derecho a alojamiento y desayuno. Por las noches se abren las puertas del templo y salen para buscarse el sustento. Ellas solas suelen regresar sin ayuda a su “hogar” después de haber cenado. Alguna no lo hace, se pierde o se cuela como visitante de honor en la sala de estar de algún vecino, que la lleva nuevamente al templo sagrado.


Frente al templo se encuentra la Catedral de la Inmaculada Concepción, construida por los franceses a principios del siglo XX. Fieles católicos conversan con naturalidad al salir de la misa con los que entran en el templo de las Pitones a realizar cultos animosas. Una catedral católica y un templo vudú, una muestra evidente del carácter conciliador que tienen las diferentes culturas beninesas.


Buena parte del culto vudú se puede apreciar en el cercano bosque sagrado de Kpassé, que debe su nombre al rey de Savi, antigua capital del reino de Huéda. A él se atribuye la fundación de Ouidah en 1550. Al morir Kpassé se reencarnó en un iroko gigantesco, cuyo entorno se fue llenando de esculturas de divinidades, a cuyos pies se celebran aún ceremonias de vudú.


Cerca del gran iroko se encuentra una estatua de Legba, el dios de las encrucijadas, el que abre y cierra los caminos, el mediador entre los hombres y los dioses, representado con cuernos y un gran miembro viril. Al fondo, una pequeña casa con pinturas en la fachada. Es el santuario de Dadá Zodji, (Saktapa), el dios de la viruela, una figura obligada para los africanos tras las epidemias de viruela introducidas por los europeos en la época de la trata de esclavos. En los alrededores y por todo el parque otras muchas divinidades, como la misma Dangbé (Dan), la diosa pitón, en forma de serpiente que se muerde la cola o la que se representa con tres caras porque según parece puede verlo todo.

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