sábado, 6 de mayo de 2017

Ganvié, el pueblo que vive en el agua



Ganvié es sin lugar a dudas uno de los puntos llamativos de Benín, un sitio único en el que se respira intensidad, un lugar especial y diferente en el que se aprecian sensaciones intensas de autenticidad. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1996. 

Hace alrededor de 300 años. un pacífico pueblo de agricultores, los tofinu, para evitar ser capturado por los tratantes de esclavos que le perseguían, se refugió en el interior del lago Nokoué. Se lanzaron aguas adentro, se instalaron como pudieron en el lago y, aunque ya no les persigue nadie, allí continúan. Se han hecho al agua, el agua es su gran referente y la compañera eterna de los habitantes del lago. Subsisten principalmente gracias a la pesca y duermen, rezan y estudian flotando. El lago es su vida, su destino, su sentido, todo. De hecho, tiene hasta su propio dios de las aguas, llamado Tohossou. En Ganvié el agua está viva y la vida es amarga, dura y gris como el agua del pantano.


Como reclamo turístico, a este poblado lacustre se le ha querido poner el sobrenombre de la Venecia africana, que infravalora y desnaturaliza en gran medida la realidad de este espacio singular. En Ganvié –que se puede traducir como "los que han encontrado la paz"- no hay canales, ni góndolas, ni puentes románticos; aquí te tropiezas de frente con una población que vive con mucho esfuerzo haciendo equilibrio encima del agua. Sus casas de madera y paja se mantienen a duras penas en medio del agua y los más pequeños aprenden a remar antes que a andar. Para dar a luz, ir al colegio o a la iglesia, para hacer la compra, hay que ir en piragua. Todo el mundo trabaja en el agua, con el agua o dentro del agua. Venecia es un juego de niños al lado de esto. Ganvié es una ciudad construida literalmente sobre el agua en la que sus han habitantes han sabido mimetizarse con el entorno.

Al acercarse al poblado, se aprecia cómo tras las ventanas sin cristales asoman las caras curiosas de los más pequeños. Aunque cada vez es más habitual la presencia de visitantes, todavía muchos de los ocupantes de las piraguas se tapan la cara con el sombrero o con las manos, bajan la cabeza o se esconden al verse enfocados por la cámara fotográfica. Algunos hacen signos de desaprobación y se enfadan.

Las primitivas casas, una especie de hórreos acuáticos, están construidas fundamentalmente a base de madera y cañas de bambú, son de planta cuadrangular y rematadas con un típico tejado en forma de cabaña. Algunos se han ido sustituyendo por los antiestéticos pero impermeables de chapa ondulada pero aún se conservan muchos de paja. Los cimientos son finos troncos de árbol sobre los que se sustenta las débiles estructuras.

Al margen de situarse en un espacio único, de su valor histórico y de la belleza propia del enclave, llama poderosamente la atención la dureza de la vida para los habitantes de este poblado lacustre. El día a día se presume delicado en Ganvié. Es fácil adivinar una dura lucha contra el agua, una pelea a muerte para mantener diariamente a flote el ánimo y para que el destino no termine por arrastrar tus ilusiones hasta el fondo del lago. Hay que capear diariamente con la dificultad de movimientos, con la escasez, con la ausencia de medios y con una salubridad escasa. El aislamiento, la precariedad, un nivel de comodidades prácticamente nulo y unas condiciones de vida muy deficientes tienen que hacer por fuerza complicada la subsistencia.


El acceso habitual es a través del embarcadero de Abomey-Calavy. En las inmediaciones se instala un gran mercado en el que buena parte de la actividad se centra en la compraventa de los pescados del lago que traen las mujeres desde Ganvié en piragua repartidos en todo tipo de cestas de mimbre o en cubos de plástico, a la vez que aprovechan el viaje para aprovisionarse de otras clases de alimentos y de productos varios.

En el trayecto en piragua hacia Ganvié, es habitual cruzarse con multitud de pescadores, una profesión a la que se dedica buena parte de la población local. Mientras unos lanzan cañas y redes desde sus piraguas, otros se adentran en las rústicas trampas que utilizan para la pesca. Es la llamada técnica de las acadjas, unas empalizadas alargadas y circulares construidas a base de hojas de palmera y palos de bambú que se clavan sobre el fondo del lago y se rematan con una pequeña red. Cuando las hojas comienzan a descomponerse, los peces acuden a alimentarse y son capturados. 

Son muchas las variedades de pescado que pueden encontrarse en Nokoué, un lago que se alimenta del Ouémé, el río más largo e importante de Benín, y que conecta con el Atlántico a través de un pequeño canal. Esta peculiaridad hace que en el lago conviva el agua dulce con el agua salada. Durante la época de lluvias, al subir el nivel del río y del propio lago, predominan los peces de agua dulce, pero al llegar la temporada seca, el agua salada va ganando terreno y abundan las especies marinas.
La necesidad de subsistir hace de la pesca un auténtico arte

Muchas veces no aceptan de buen grado que les enfoquen con una cámara

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