lunes, 19 de junio de 2017

Jugoso batido ritual


A la hora de comer, ponerse a batir el ñame se convierte es un ritual obligado en el que participa todo el mundo. Con forma de nabo, color terroso y sabor parecido al de la patata, el ñame es el alimento base de buena parte de la población en diferentes zonas de África, un auténtico regalo de los dioses con propiedades saludables y que, por suerte, no escasea. Se puede cocinar de formas variadas, asado, frito o cocido. Es habitual machacarlo en un gran mortero añadiéndole pequeñas dosis de agua, hasta conseguir la textura de un puré compacto, que luego se come en familia acompañado de una salsa picante y unos trozos de carne de cordero o de pollo.

domingo, 18 de junio de 2017

En busca del agua perdida



Una vez zarandeados por la impertinencia acústica de los gallos madrugadores, no hay más remedio que abandonar el refugio de la mosquitera y levantarse. Ni en la cocina ni en la ducha se ve ninguna llave para regular el paso del agua por la sencilla razón de que no hay cañerías en ningún lugar del patio ni de la casa. De ahí que la palabra grifo no se utilice por estas latitudes. Así que una de las primeras actividades obligadas es la de sacar agua del pozo para el aseo. Por suerte la capa freática se encuentra a poca profundidad y tiene agua abundante. La, en principio, simpática tarea de subir los cubos de agua desde los veintidós metros de profundidad, termina haciéndose pesada después de repetirla en varias ocasiones y por diversos motivos a lo largo del día.

sábado, 17 de junio de 2017

Desiertas playas paradisíacas



Ciertamente Benín goza de unas playas maravillosas. En los cien kilómetros de litoral que tiene el país se suceden impresionantes extensiones de arena dorada bañadas por aguas de un azul intenso, unos parajes llamativos, unas playas de ensueño, vírgenes, con una naturaleza exuberante que, sorprendentemente, están siempre desérticas. Llama la atención que nunca haya gente en estos rincones idílicos. Los benineses no están en las playas, algo que en principio puede resultar sorprendente, aunque en el fondo no lo sea tanto.

En primer lugar hay que tener en cuenta que los benineses no van a la playa porque no quieren tomar el sol. Siendo negros, por naturaleza están ya suficientemente morenos. Tampoco van a la playa porque rehuyen el calor, las temperaturas son muy altas y buscan refugio en la sombra. Otra razón no menos importante es que las playas son peligrosas, el Atlántico bate aquí con mucha fuerza y hay mucha resaca. Asimismo, hay que tener en cuenta que, aunque no todos, la inmensa mayoría de los benineses no sabe nadar. Todo un abanico de razones poderosas que justifican esas paradisíacas playas vacías.

Despertar sonoro en Calavi

Los gallos hacen que arranque la jornada mucho antes de que empiece el día. Sin ningún respeto por los que descansan y sin que el amanecer haga ni de lejos todavía acto de presencia, los gallos tempraneros ya están cantando diana a pleno pulmón. Sin piedad, comienzan a templar sus clarines mucho antes de que se enciendan las primeras luces del día. Y lo hacen de una manera estrepitosa, casi grosera, indecente, impúdicamente, alardeando sin reparo alguno de su presencia, pavoneándose de su intromisión sonora. Las estruendosas notas de los desaprensivos gallos desgarran las mosquiteras al amanecer, ganan sin ninguna oposición la batalla del silencio y hacen el primer momento de cada nuevo día incompatible con el descanso. No hay otra alternativa que sucumbir. Contra sus ataques es imposible rebelarse, no queda más remedio que desvelarse.


domingo, 21 de mayo de 2017

Ouidah

En Benín, cuando se habla de Ouidah se hace con un tono de solemnidad y siempre con mucho respeto. El nombre de Ouidah está asociado a intensidad, a historia, a trata de esclavos y a vudú.


Ouidah tiene el dudoso honor de haber sido uno de los puntos con más tráfico de la Costa de los Esclavos, un lugar desde el que embarcaban tratados como auténticos animales cantidades ingentes de hombres y mujeres negros para ser utilizados como esclavos. Con ellos se iba hacia América su forma de entender el mundo y la vida, el vudú, la religión que habían mamado desde siempre en Dahomey, el antiguo Benín. 




El recorrido que hoy se muestra como la Ruta de los Esclavos, arranca desde la célebre plaza Chachá, en la que se hacían las subastas de lotes humanos y recorre una pista de tierra de unos tres kilómetros hasta el borde del mar. El siniestro camino remata en la Puerta de No Retorno, el lugar desde el que miles y miles de africanos partieron a la fuerza para no volver jamás. La Unesco ha instalado en el lugar un arco solemne, en memoria de estos hombres y mujeres secuestrados para ser enviados a América en condiciones penosas. 

En una de las paradas de este recorrido se ubicaba el Árbol del Olvido, al que hacían que los esclavos diesen un número de vueltas (nueve los hombres y siete las mujeres), con la promesa de que eso les produciría una amnesia que les libraría de sus raíces y les evitaría el sufrimiento de tener que recordar que abandonaban su tierra y dejaban a los suyos.

Hacinamiento, gritos agónicos, olores nauseabundos. Es difícil ponerse en el pellejo de aquella gente, pero no cabe duda de que el momento de la ruptura, de hacerse  a la mar, debía de ser enormemente traumático. No sólo por lo que entrañaba en cuanto a la separación de la familia o el alejamiento de la tierra propia, sino también porque los africanos estaban convencidos de que los blancos eran caníbales de allende los mares que se hacían los zapatos con la piel de los esclavos, que el vino que bebían era la sangre de los negros y que la pólvora que utilizaban en sus armas se hacía con los huesos molidos de los africanos. No es de extrañar que con este panorama por delante las rebeliones fuesen frecuentes en los barcos y que los esclavos hiciesen gala de una violencia salvaje. 

Aunque los negreros también secuestraban mujeres y niños, la gran mayoría de los esclavizados eran hombres. En consecuencia quedaba la zona expoliada con sobreabundancia de hembras, lo cual justifica sobradamente y con razones de peso la aparición de una poligamia necesaria. Por un lado se trataba de dar protección a los muchos niños huérfanos que quedaban y a la vez se facilitaba que el excedente de mujeres desparejadas pudiese tener descendencia.



El Templo de las Pitones es un templo consagrado a la diosa serpiente del arco iris, a Dangbé. En el interior hay un iroko gigantesco y a su lado un altar de sacrificio, donde cada 10 de enero se realizan ofrendas de sangre a los dioses para conseguir sus favores. 

Recluidas en un recinto circular, las pitones sagradas solamente tienen derecho a alojamiento y desayuno. Por las noches se abren las puertas del templo y salen para buscarse el sustento. Ellas solas suelen regresar sin ayuda a su “hogar” después de haber cenado. Alguna no lo hace, se pierde o se cuela como visitante de honor en la sala de estar de algún vecino, que la lleva nuevamente al templo sagrado.


Frente al templo se encuentra la Catedral de la Inmaculada Concepción, construida por los franceses a principios del siglo XX. Fieles católicos conversan con naturalidad al salir de la misa con los que entran en el templo de las Pitones a realizar cultos animosas. Una catedral católica y un templo vudú, una muestra evidente del carácter conciliador que tienen las diferentes culturas beninesas.


Buena parte del culto vudú se puede apreciar en el cercano bosque sagrado de Kpassé, que debe su nombre al rey de Savi, antigua capital del reino de Huéda. A él se atribuye la fundación de Ouidah en 1550. Al morir Kpassé se reencarnó en un iroko gigantesco, cuyo entorno se fue llenando de esculturas de divinidades, a cuyos pies se celebran aún ceremonias de vudú.


Cerca del gran iroko se encuentra una estatua de Legba, el dios de las encrucijadas, el que abre y cierra los caminos, el mediador entre los hombres y los dioses, representado con cuernos y un gran miembro viril. Al fondo, una pequeña casa con pinturas en la fachada. Es el santuario de Dadá Zodji, (Saktapa), el dios de la viruela, una figura obligada para los africanos tras las epidemias de viruela introducidas por los europeos en la época de la trata de esclavos. En los alrededores y por todo el parque otras muchas divinidades, como la misma Dangbé (Dan), la diosa pitón, en forma de serpiente que se muerde la cola o la que se representa con tres caras porque según parece puede verlo todo.

domingo, 14 de mayo de 2017

Somba, la tierra de las gentes que caminan desnudas

El sur de Benín está bañado por el océano Atlántico. Son cien kilómetros largos de costa en los que se concentra lo más destacado del país y más de la mitad de su población. Aquí se encuentra la capital, Portonovo, el espectacular poblado lacustre de Ganvié, la universidad de Abomey-Calavi, el gran centro administrativo y comercial de Cotonou, Ouidah, famosa por el vudú y la trata de esclavos o Grand Popó, el lugar de recreo con sus playas salvajes.

Conforme nos movemos hacia el norte nos vamos introduciendo en un mundo remoto, comenzamos a viajar hacia el pasado, nos adentramos de lleno en el corazón de África.

Al alejarse de la franja costera, la cosa empieza a cambiar. El otro extremo del país permite conocer de cerca y sin agobios la auténtica fauna africana. En el parque natural de la Pendjari se pueden observar sin problema, elefantes, cocodrilos, hipopótamos, incluso leones. Desde Natitingou hacia el norte Benin se transforma deprisa, el paisaje se arruga, desaparece el asfalto, el terreno se hace más incómodo y el entorno se reseca. Poco a poco van emergiendo entre el paisaje pequeños poblados remotos de aspecto ancestral, chozas circulares de color terroso con techos de paja y aldeas con cabañas primitivas de adobe en medio de un paraje natural con mangos voluminosos, tecas, baobabs, irocos gigantes y karités.




Conforme avanzamos hacia la Pendjari da la sensación de que nos vamos colando en una especie de túnel del tiempo que nos acerca al pasado a pasos agigantados. Por aquí la globalización, el progreso y el turismo avanzan a cámara lenta. África se presenta ante nosotros con toda su capacidad para fascinar. Atravesamos el país Somba"la tierra de las gentes que caminan desnudas", una antigua etnia de guerreros que en esta esquina norteña de Benín, en el macizo de Atakora, cerca de Togo, han mantenido sus costumbres casi intactas. 

Resultan muy llamativas las viviendas, llamadas Tata Somba, únicas en el mundo. 

Estas rudimentarias chozas puntiagudas de barro, arena y paja, que en otros tiempos se construyeron para defenderse de las fieras y de los cazadores de esclavos, son hoy sus hogares. Los hombres montan la estructura de madera mientras que las mujeres rellenan con adobe y estiércol lo que luego serán las paredes. Al final, las cabañas circulares se unen entre sí y cierran el poblado como si fuese una muralla. 

La única entrada de estas viviendas es pequeña y está siempre orientada hacia el oeste. El este se considera el polo negativo, el lado por el que vienen los grandes males y las tormentas, mientras que el oeste significa progreso, futuro y felicidad. 

Las Tata Somba más evolucionadas son de dos alturas. La altura supone un mejor aislamiento, una defensa más eficaz contra las fieras y además es una atalaya excelente para apreciar con tiempo la llegada de posibles enemigos y prepararse para la defensa. En estas viviendas-fortaleza con dos niveles, la parte de abajo se utiliza para cocinar y para encerrar los animales. Por medio de una tosca escalera se accede a través de un agujero a la terraza, en la que se encuentran otras dependencias a modo de habitaciones y graneros, techados con un tejado cónico de paja. Obviamente no hay aire acondicionado ni calefacción. Pero tampoco hay ducha, ni cuarto de baño, ni electricidad. Ni tan siquiera agua.




Dicen que los somba para elegir el lugar ideal en el que construir su casa, disparan al aire una lanza o una flecha que al caer se clava en el suelo. Si después de una semana se mantiene en pie, es la señal de que el lugar es idóneo. 

Normalmente, las Tata Somba se adornan con la cornamenta de algún animal. Como los somba son animistas, junto a la diminuta y única puerta de acceso suele haber algún fetiche protector y en el interior un pequeño altar para el culto vudú. Si en la vivienda vive una persona anciana duerme en la planta baja, no solo por la dificultad de subir las escaleras sino también porque se considera que ahí está más cerca de los espíritus con los que no tardará en encontrarse.

sábado, 6 de mayo de 2017

Aprender a ser blanco para entender a los negros

¡Qué cómodo es lo nuestro! ¡Qué fácil ser normal! ¡Qué sencillo es ser blanco! No hay que hacer esfuerzo alguno, es cuestión de dejarse llevar. Eres como todos y ya está. Lo peor es cuando, sin querer, te vuelves de repente diferente.

Nada más llegar a Benín te das cuenta de que eres distinto a todos los que te rodean, eres único, eres especial. A partir de ahí tienes que empezar a asimilar que te has hecho raro, que de la noche a la mañana has pasado a ser distinto y que llevas un aviso luminoso en la frente que  señala a todo el mundo tu presencia. Eres blanco. Y eso, que aquí es insignificante, en Benín no es normal, es un estigma, una marca impresa en el cuerpo, un símbolo indiscutible de exotismo, de extravagancia, de lejanía. En Benín dejas de ser invisible por arte de magia y ahora tus movimientos son observados minuciosamente estés donde estés y hagas lo que hagas. Todo el mundo sabe que el blanco ha salido a comprar fruta o en qué sitio está tomando una cerveza.

Hay gente a la que le divierte que le señalen, gente que gusta diferenciarse y busca a toda costa convertirse en especial, significarse, llamar la atención. Pero el resto, la gran mayoría, no estamos entrenados para ser distintos a diario y tenemos que aprender.

En Benín ser blanco es lo extraordinario, lo curioso, lo llamativo. Cualquier blanco se siente observado por el mero hecho de serlo. La gente te mira al paso y alerta a los otros de tu presencia. Se percibe una mezcla imprecisa de curiosidad, asombro y desconfianza, a veces salpicada con unas gotas de miedo. A tu paso, en cualquier esquina se oye un "yovó, yovó" que  anuncia a los demás la aparición de un ser extraño de piel blanca. No es nada despectivo, no indica menosprecio, es la voz de la sorpresa, el grito de la novedad. Algunos niños lloran o se asustan porque nunca habían imaginado que pudiese haber seres que no tienen la piel oscura como la suya. 

Cuando te mueves entre un conjunto uniforme de negros experimentas algo a lo que no estás acostumbrado. Descubres que no eres normal, que te has convertido en un alienígena, un ajeno, un invasor, un ser perteneciente a un mundo distinto al que te encuentras. Quizás por primera vez descubres la sensación de sentirte blanco y quizás por primera vez (solo siendo yovó cuando todos son méwi) te das cuenta de la importancia que tiene el color de tu piel.

Tenemos que vivir el trance, todos tenemos que aprender a ser un día extraños. Es necesario descubrir en algún momento qué significa realmente ser blancos porque solo así podremos entender de verdad a los negros.