Cuando yo tenía seis meses padecí una neumonía muy grave que a punto estuvo de acabar con mi vida. Por muy poco me libré de ser uno de esos 4 niños españoles que por cada mil fallecen antes de haber cumplido los cinco años. Si hubiese nacido en Benín lo tendría más crudo porque allí no son 4, son 123 los niños que no consiguen superar los cinco años. En Benín, incluso, hubiera podido no conocer a mi madre. Si en España 4 mujeres de cada 100.000 mueren al dar a luz, en Benin se multiplican por 200, son 840 las que fallecen en el parto.
Es verdad que la vida pende de un hilo, pero no hay duda de que ese hilo es más frágil o más consistente según el sitio donde nacemos. Y no podemos elegir, nacemos donde nos toca. Es una lotería que marca por siempre nuestros días, un capricho de la fortuna que condiciona nuestras posibilidades de sobrevivir, de ser más rico o más pobre, de educarse de una forma u otra. Así, en Benín la esperanza de vida al nacer está en 57 años para los hombres, mientras que en España es de 80. Nada menos que 23 años extra que nos regalan sin pedirnos nada a cambio, una gratificación añadida, un premio por el mero hecho de haber nacido aquí. Algunos filósofos hablarían de determinismo y otros dirían que es el destino el que juega sus cartas. Da lo mismo. En cualquier caso, un premio gratuito para todos nosotros por participar en este juego de la lotería de la vida. A la vez, un castigo que no merecen y un robo indigno visto desde el otro lado.
En África pasan muchas dificultades. Los servicios de salud son deficientes, la sanidad escasa y la educación complicada. En Benín no disponen ni de un médico por cada diez mil habitantes mientras que, por suerte, en España la proporción se multiplica por 50. En nuestro país la tasa de analfabetismo es prácticamente nula, mientras allí, no pasa por la escuela el 50 por ciento de la población y hasta un 70 por ciento de las niñas.
Si hubiésemos nacido en Benin nuestra suerte sería muy distinta. Es probable que no tuviésemos ni ordenador ni móvil, pero cabe la posibilidad de que no pudiésemos ducharnos, cocinar o beber de forma tan alegre como lo hacemos aquí. Allí, un 35% de la población ni siquiera tiene acceso al agua potable. Está claro que la vida y las posibilidades de supervivencia no son iguales para todo el mundo, son una lotería, un producto del azar. Es duro concluir que las desigualdades ya nacen desde la cuna.
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